A ritmo de salsa llego hasta el ring. El ceño fruncido, adrenalina, sudor frío. Concentrado en mi interior sólo quiero estar allí arriba. La mirada del tigre, andar felino.
Me muevo alrededor de mi rival. Le vigilo. La guardia alta, los músculos tensos. Suelta el puño. Retrocedo, avanzo, contraataco y golpeo, duro. La esquina me grita “tranquilo, chico. Cabeza”. Mi rival me abraza, titubea, acorta la distancia, se protege. Suena la campana.
La chica del cartel recorre el cuadrilátero. Guapa. Sexy. Se gusta.
De nuevo al combate, pies ligeros, bailarines. Finto, golpeo, encajo. El sudor resbala hasta la boca, sabor a sangre, sabor salado, dulce. Estoy contra las cuerdas: uno, dos, salgo, derecha, izquierda.
Oigo la campana, una, dos veces más, cuatro, cinco … diez. Aplausos. Abrazo. Compañeros, colegas,gladiadores.
Es boxeo, es poesía.