Estuve unos instantes con la guardia baja, perdido en laberintos del "¿soy uno, dos o tres?". Absorto en esa duda no oí la campana, o acaso su tañido me evocaba mi niñez. Bastó ese breve tiempo de volver a casa para sentir un golpe bajo que me hizo caer. La lona me besó mordiendo unas monedas; la fuerza de aquel golpe me ayudó a ponerme en pie.
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