Si ayer se habló del éxito pasado, nada más justo hoy que hablar del fracaso presente. Y esta es la mejor manera de hablar de fracaso que he conocido.
El texto que copio a continuación pertenece a Alberto Sicilia, creador del interesantísimo blog Principia Marsupia que os recomiendo visitar habitualmente. La publicación original la podéis encontrar en este enlace http://www.principiamarsupia.com/2012/03/26/los-beneficios-de-mi-fracaso/
Partí de Madrid hace 7 años para estudiar un Erasmus de unos meses en
París. No hablaba ni una palabra de francés y tenía muchas dudas sobre
mi talento como físico. Lo que ocurrió después, superó salvajemente mi
sueños más hermosos: completar un doctorado en física teórica, ser
invitado a universidades estadounidenses, viajar por Sudamérica, África y
la India. Trabajar como actor en compañías de teatro francesas y
británicas, escalar el Mont Blanc, ser fichado por la Universidad de
Cambridge y, sobre todo, gozar de amistades que valen más que los rubís.
Pero durante mi último año en Cambridge, la que pensaba era la mujer
de mi vida, me dejó. Los sueños por los que tanto había luchado, se
evaporaban delante de mis ojos.
Volver a Madrid, y estar sin ella, era un doloroso fracaso.
Pasé unas semanas muy duras. Pero, de a poquito, la luz volvió a
colarse entre las grietas del desaliento. Unos pocos meses después, me
siento mejor que nunca.
El fracaso ha sido la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.
Cuando las cosas salían como yo deseaba, era muy complicado
distinguir mis errores. Tras los triunfos, celebraba mis virtudes y
alababa mi suerte. El fracaso me ha enfrentado con honestidad a mis
sombras, carencias y defectos.
Cuando todo iba bien, era muy tentador acomodarme y dejar que la
marea me arrastrase. El fracaso me ha empujado a desafiar mis límites.
El fracaso me ha recordado que hay cosas en la vida que no podemos
controlar. Pero también, que hay dos cualidades que son mi absoluta
responsabilidad: mi actitud y mis acciones.
El fracaso me ha liberado de lo que no es esencial. Estoy vivo. Tantas angustias y miedos por el futuro no valen la pena.
Y, por encima de todo lo demás, el fracaso me ha permitido disfrutar
del amor de las personas me quieren. Gente por la que daría mi vida.
Tras semanas de dolor, decidí embarcarme en el desafío más hermoso
que he afrontado: construir el mejor Alberto del que fuese capaz.
Decidí trabajar en mi fuerza de voluntad, en mi disciplina, en mi
ternura, en mi alegría. Muy despacito y sin compararme con nadie. La
única medida de mi progreso es el Alberto del día anterior.
El objetivo es llegar a la cama cada noche siendo un poquito mejor
que la persona que salió por la mañana. Ser capaz de responder con
honestidad a estas preguntas: ¿he afrontado mis miedos o he puesto
excusas para no hacerlo? ¿he dicho todo lo que pensaba? ¿he trabajado
tan duro como podía? ¿he vivido profundamente? ¿he empujado mis límites
un pasito más allá? ¿he ayudado a que sean un poquito más felices las
personas que quiero? ¿les he recordado mi amor?
En esta jornada he descubierto algo que no había alcanzado ni
haciendo un doctorado ni viajando por medio mundo: la seguridad de que
afrontaré los bofetones de la vida con serenidad e inteligencia.
He dudado si publicar, o no, esta entrada. Mi vida es mucho menos
interesante que las anécdotas de Orson Wells y Winston Churchill. Pero
cuando yo estaba mal, me ayudó muchísimo el ver cómo personas que habían
sufrido derrotas infinitamente más dolorosas que la mía, se levantaban y
continuaban su camino alumbrando ternura y pasión.
Si alguno de los que leéis el blog estáis pasando un momento difícil,
si vuestros sueños acaban de romperse, sólo puedo deciros que yo
también fracasé. Yo también lloré. Yo también creí que se me había
escapado lo mejor de mi vida. No podía estar más equivocado. El fracaso
es la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.
Paciencia. Fuerza. Alegría.
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