Sacó la escopeta de su tierna funda de nailon. Dobló cuidadosamente la funda, como un chico joven separa sus mejores trajes de domingo después de misa. Se quitó la chaqueta, la tendió sobre la funda y puso dos toallas encima. “Empatía. Qué agradable don”. Abrió una caja con 25 cartuchos de escopeta y sacó tres, introduciéndolos en el arma. Movió el mecanismo de la Remington para que un único cartucho quedase dentro de la recámara. Quitó el tope de seguridad. Se fumó el último Camel Light y bebió otro sorbo de cerveza Barq.
Cogió la caja de puros y sacó una pequeña bolsa de plástico que contenía cien dólares de heroína mejicana –una cantidad considerable. Cogió la mitad, un trozo del tamaño de una goma de borrar de lápiz, y lo puso sobre la cuchara. Sistemática y hábilmente, preparó la heroína y la jeringuilla, inyectándola justo a la altura del codo, no muy lejos de su “K” tatuada. Devolvió los instrumentos a la caja y se sintió en una nube, rápidamente flotando lejos de aquél lugar. El jainismo predicaba que había treinta cielos y siete infiernos, todos dispuestos en capas a lo largo de nuestras vidas; si tenía suerte, aquél sería su séptimo y último infierno. Apartó hacia un lado sus instrumentos, flotando cada vez más rápido, sintiendo cómo se le ralentizaba la respiración. Debía darse prisa: todo se hacía borroso y un matiz verde agua envolvía cada objeto. Cogió la pesada escopeta y se la apoyó en el paladar. Haría ruido; de eso estaba seguro. Y, acto seguido, desapareció.
Fragmento de Heavier than Heaven, la biografía de Kurt Cobain escrita por Charles R. Cross.
Hoy se cumplen 19 años de ese día.
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