lunes, 25 de febrero de 2013

Crónica de una visita a los juzgados


Hace unas semanas fui de oyente a una serie de juicios laborales como actividad complementaria de clase. Este es un breve resumen del espectáculo ofrecido:

Ocupando una octava parte de los casi 4 metros que tenía la puerta de acceso, un detector de metales al lado de una mesa. El paso por él parece casi opcional. Al lado, un guardia civil al borde del retiro cuya garganta ha inhalado demasiados cigarrillos.
Un hombre se acerca a un mostrador buscando al funcionario encargado de hacer la gestión que necesita. “Sí, es aquí, pero tienes que esperar a que vuelva mi compañera de desayunar”, le dice una funcionaria.

Los juicios estaban señalados para empezar a las 9:30. Pasadas las 10 la sala seguía a oscuras, por lo que me dirijo a un mostrador a preguntar si me había equivocado de planta. Me dicen que no, que los retrasos son habituales allí. Demandantes y demandados se enfrentan a una incómoda espera en el pasillo evitándose la mirada. A las 10:30 llega la jueza y su corte. “Tenemos muchos juicios para hoy, os ruego brevedad”. En fin.

La presencia de la agente judicial da un toque casi angelical a la sala. Impasible y solitaria, correctamente sentada en su silla a un lateral. Joven, 1 metro 60, vestido azul marino muy mono, leggins y bailarinas de terciopelo con un bonito lazo. Su largo pelo se mueve de forma casi seductora. Derrocha una simpleza que me encanta en las mujeres.

Una señora demanda a la directora de una empresa financiada con dinero público. La despidieron alegando insuficiencia presupuestaria. Al día siguiente ya ocupaba su puesto otro señor. Su abogado hizo trizas a la parte demandada.

Cada vez que la ponían verde, la directora sacaba su Ipad y se ponía a leer las noticias en un estúpido intento de transmitir suficiencia. Subido al ring, su abogado se agarraba a un clavo ardiendo.
La impaciente jueza trataba de atajar el ataque del abogado demandante. “Tenemos prisa, por favor”. “Y con esto ya termino…” decía aquél, unas 4 o 5 veces.

Cada trapo sucio sacado, la impasible agente judicial transformaba su mirada de ángel en casi una acusación. “Debería darte vergüenza”, decía sin palabras desde su apartada silla. La misma mirada me dirigió a mí cuando estiré las piernas y crucé los brazos en aquella incómoda silla de madera. Rápidamente corregí mi postura.

Otros 3 o 4 juicios se sucedieron. En uno de ellos las pretensiones de las partes no se alejaban mucho. La jueza invitó a los respectivos abogados a sentarse al fondo de la sala y tratar de llegar a un acuerdo. Aquella estatua de las 10:30 ya se parecía a una persona, una vez hecho efecto el café o los yogures digestivos.

Una representante de los trabajadores, lega en derecho pero con muchas agallas y educación, deja en evidencia al abogado de una empresa donde se había hecho un ERE sin la pertinente negociación.

En un breve receso, abogados, jueza y secretario judicial critican las últimas medidas de Gallardón. Al cabo de un tiempo la jueza aplaude: los abogados de antes llegaron a un acuerdo, no es necesario ir a juicio. Veo como esas dos personas se sonríen y saludan amigablemente al abandonar la sala.

El Derecho en sí es maravilloso. También es un arma corrupta y asquerosa.  Sonrío al ver rastros de humanidad en medio de tanta apariencia, y me marcho a casa.

domingo, 17 de febrero de 2013

Princesas caídas

A través de un artículo en internet llegué a la galería "Fallen princess" de la fotógrafa Dina Goldstein.

Estas son algunas de las fotografías que más llamaron mi atención. Impresionante la manera de transmitir un  mensaje a través de iconos que todos hemos conocido en nuestra infancia. Para mí es un mensaje de decadencia, ¿qué pensáis vosotros?

La galería completa y otras sin desperdicio, en la web de la artista: http://dinagoldstein.com/ 


Cenicienta


Pocahontas


La bella (y la bestia)


Caperucita roja


La bella durmiente

jueves, 14 de febrero de 2013

"Me gusta la gente"


 Incarna questi versi il contagioso sorriso de la signora Fogante, bravissima ragazza.


Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. 

La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad. Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos.

Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio. 

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto. La gente que posee sentido de la justicia. A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. 

Me gusta la gente que con su energía, contagia. 

Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades. Me gusta la gente que busca soluciones. 

Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.

Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón. 

La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.

Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido. 

Mario Benedetti.
 



martes, 5 de febrero de 2013

Objetivo no cumplido

Si ayer se habló del éxito pasado, nada más justo hoy que hablar del fracaso presente. Y esta es la mejor manera de hablar de fracaso que he conocido.
El texto que copio a continuación pertenece a Alberto Sicilia, creador del interesantísimo blog Principia Marsupia que os recomiendo visitar habitualmente. La publicación original la podéis encontrar en este enlace http://www.principiamarsupia.com/2012/03/26/los-beneficios-de-mi-fracaso/

Partí de Madrid hace 7 años para estudiar un Erasmus de unos meses en París. No hablaba ni una palabra de francés y tenía muchas dudas sobre mi talento como físico. Lo que ocurrió después, superó salvajemente mi sueños más hermosos: completar un doctorado en física teórica, ser invitado a universidades estadounidenses, viajar por Sudamérica, África y la India. Trabajar como actor en compañías de teatro francesas y británicas, escalar el Mont Blanc, ser fichado por la Universidad de Cambridge y, sobre todo, gozar de amistades que valen más que los rubís.

Pero durante mi último año en Cambridge,  la que pensaba era la mujer de mi vida, me dejó. Los sueños por los que tanto había luchado, se evaporaban delante de mis ojos.

Volver a Madrid, y estar sin ella, era un doloroso fracaso.

Pasé unas semanas muy duras. Pero, de a poquito, la luz volvió a colarse entre las grietas del desaliento. Unos pocos meses después, me siento mejor que nunca.

El fracaso ha sido la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.

Cuando las cosas salían como yo deseaba, era muy complicado distinguir mis errores. Tras los triunfos, celebraba mis virtudes y alababa mi suerte. El fracaso me ha enfrentado con honestidad a mis sombras, carencias y defectos.

Cuando todo iba bien, era muy tentador acomodarme y dejar que la marea me arrastrase. El fracaso me ha empujado a desafiar mis límites.

El fracaso me ha recordado que hay cosas en la vida que no podemos controlar. Pero también, que hay dos cualidades que son mi absoluta responsabilidad: mi actitud y mis acciones.

El fracaso me ha liberado de lo que no es esencial. Estoy vivo. Tantas angustias y miedos por el futuro no valen la pena.

Y, por encima de todo lo demás, el fracaso me ha permitido disfrutar del amor de las personas me quieren. Gente por la que daría mi vida.

Tras semanas de dolor, decidí embarcarme en el desafío más hermoso que he afrontado: construir el mejor Alberto del que fuese capaz.

Decidí trabajar en mi fuerza de voluntad, en mi disciplina, en mi ternura, en mi alegría. Muy despacito y sin compararme con nadie. La única medida de mi progreso es el Alberto del día anterior.

El objetivo es llegar a la cama cada noche siendo un poquito mejor que la persona que salió por la mañana. Ser capaz de responder con honestidad a estas preguntas: ¿he afrontado mis miedos o he puesto excusas para no hacerlo? ¿he dicho todo lo que pensaba? ¿he trabajado tan duro como podía? ¿he vivido profundamente? ¿he empujado mis límites un pasito más allá? ¿he ayudado a que sean un poquito más felices las personas que quiero? ¿les he recordado mi amor?

En esta jornada he descubierto algo que no había alcanzado ni haciendo un doctorado ni viajando por medio mundo: la seguridad de que afrontaré los bofetones de la vida con serenidad e inteligencia.

He dudado si publicar, o no, esta entrada. Mi vida es mucho menos interesante que las anécdotas de Orson Wells y Winston Churchill. Pero cuando yo estaba mal, me ayudó muchísimo el ver cómo personas que habían sufrido derrotas infinitamente más dolorosas que la mía, se levantaban y continuaban su camino alumbrando ternura y pasión.

Si alguno de los que leéis el blog estáis pasando un momento difícil, si vuestros sueños acaban de romperse, sólo puedo deciros que yo también fracasé. Yo también lloré. Yo también creí que se me había escapado lo mejor de mi vida. No podía estar más equivocado. El fracaso es la oportunidad más hermosa que la vida me ha regalado.

Paciencia. Fuerza. Alegría.