martes, 12 de marzo de 2013

Es boxeo. Es poesía.


A ritmo de salsa llego hasta el ring. El ceño fruncido, adrenalina, sudor frío. Concentrado en mi interior sólo quiero estar allí arriba. La mirada del tigre, andar felino.
Me muevo alrededor de mi rival. Le vigilo.  La guardia alta, los músculos tensos. Suelta el puño. Retrocedo, avanzo, contraataco y golpeo, duro. La esquina me grita “tranquilo, chico. Cabeza”. Mi rival me abraza, titubea, acorta la distancia, se protege. Suena la campana.
La chica del cartel recorre el cuadrilátero. Guapa. Sexy. Se gusta.
De nuevo al combate, pies ligeros, bailarines. Finto, golpeo, encajo. El sudor resbala hasta la boca, sabor a sangre, sabor salado, dulce. Estoy contra las cuerdas: uno, dos, salgo, derecha, izquierda.
Oigo la campana, una, dos veces más, cuatro, cinco … diez.  Aplausos.  Abrazo. Compañeros, colegas,gladiadores.

Es boxeo, es poesía.




lunes, 4 de marzo de 2013

Sobrevivir

Seguí empujando contra la oscuridad aunque era ya casi un acto reflejo. Ya no intentaba apartarla, sino que simplemente aguantarla, para no dejar que me aplastara por completo. Yo no era el gigante Atlas y la oscuridad parecía tan pesada como la bóveda celeste. No era capaz de echármela a los hombros. Todo cuanto podía hacer era impedir que acabara conmigo por completo.

Éste era un tipo de patrón que se había aplicado a toda mi vida: nunca había sido lo bastante fuerte para enfrentar las cosas que estaban fuera de mi control, como atacar a mis enemigos o superarlos. O evitar el dolor. La única cosa que había conseguido era mantenerme en marcha. Soportarlo todo. Sobrevivir.
Hasta ahora había sido suficiente. Hoy también lo sería.