viernes, 27 de septiembre de 2013

S/n

"Si cuando te llega la humillación que no buscaste, la aceptas y digieres, ella te enseñará lo que vale ser humilde, mucho mejor que un buen tratado sobre la humildad."




martes, 17 de septiembre de 2013

Miserables

Desde bien pequeño aprendí que el honor, el coraje y la valentía son conceptos delicados de los que no cabe frivolizar, y que uno se tiene que currar los logros con sus propios puños y sudor. Lógicamente, de pequeño es difícil resistirse a la tentación de ‘saltarse las reglas’: todos hemos presumido de algo que no hemos hecho, nos hemos hecho dueños de algo que no era nuestro, o en algún momento nos hemos hecho los valientes ante el más débil.

Pero bastante pronto aprendí que todo ello no es más que estéril y traicionera masturbación. En esta vida uno tiene que aprender a justificarse tanto ante los demás como ante uno mismo. La apariencia de las cosas no da de comer a nadie, menos cuando uno se mete en la cama por la noche y se predispone a descansar, o cuando se espera que los demás sean tan buenos como uno mismo.

A mí personalmente no me gusta perder mi tiempo luchando por logros que no sean justificables, o al menos respetables, desde todos los puntos de vista de la buena ética y moral. Más que nada porque el que se beneficia de mis logros soy yo, y a pesar de que los demás puedan ser idiotas yo tengo claro que no lo soy, así que si no puedo presumir de algo ante mí mismo, hacerlo ante los demás sería una buena definición de la palabra hipocresía.

En este sentido, no alcanzo a entender las desconcertantes reacciones químicas que pueden tener lugar en el cerebro de una persona hasta el punto de hacerla sentir satisfacción, orgullo, desahogo de su frustración personal o lo que quiera que sea lo que se siente al participar en unos actos marcados a fuego por la palabra cobardía. Me resulta desconcertante que tan sucios impulsos nerviosos puedan transmitirse neurona a neurona, hasta el punto de hacer tensar los músculos encargados de dibujar una sonrisa en la cara de algún infame bastardo. Dicen los expertos que la naturaleza siempre se purga a sí misma, pero yo no estoy del todo seguro. ¿Cómo puede persona alguna en el mundo presumir de algo así? Y peor aún, ¿en qué sana mente cabe asociarlo al orgullo, honor, valentía…? Quiero decir, puedo asumir que uno actúe como un hijo de puta y después diga bien alto “SÉ QUE SOY UN HIJO DE PUTA Y ES LO QUE HAY”. De hecho, algún elemento así en el mundo hay, y sinceramente creo que se pueden llegar a merecer cierto respeto. Pero lo que no me entra en la cabeza es que se pretenda hacer creer que el concepto de hijo de puta es más maleable de lo que lo es en realidad.


Hoy se celebra en Tordesillas el torneo del Toro de la Vega, ante el apoyo y/o pasividad de todos los dirigentes de ésta sociedad que se dice civilizada, de éste magnífico Estado moderno, social y democrático de derecho y miembro de la Unión Europea (bla bla bla). Quien quiera saber en qué consiste el torneo, lo tiene a golpe de Google y Youtube. Yo sinceramente pienso que es una verdad absoluta el hecho de que el mundo sería un lugar mejor sin personas con tan distorsionado sentido de la honradez. 





viernes, 13 de septiembre de 2013

s/n

"Desgraciados aquellos cuyo corazón no sabe amar,
y que no han podido conocer la dulzura del llanto"

Voltaire.



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Un paranoico al revés

Soy un paranoico al revés: siempre sospecho que la gente está haciendo algo para hacerme feliz.

Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de esas.

Una de las cosas malas que tengo es que nunca me ha importado perder nada. Cuando era niño, mi madre se enfadaba mucho conmigo. Hay tíos que se pasan días enteros buscando todo lo que pierden. A mí nada me importa lo bastante como para pasarme una hora buscándolo. Quizá por eso sea un poco cobarde. Aunque no es excusa, de verdad. No se debe ser cobarde en absoluto, ni poco ni mucho. Si llega el momento de romperle a uno la cara, hay que hacerlo. Lo que me pasa es que yo no sirvo para esas cosas. Prefiero tirar a un tío por la ventana o cortarle la cabeza a hachazos, que pegarle un puñetazo en la mandíbula. Me revientan los puñetazos. No me importa que me aticen de vez en cuando —aunque, naturalmente, tampoco me vuelve loco—, pero si se trata de una pelea a puñetazos lo que más me asusta es ver la cara del otro tío. Eso es lo malo. No me importaría pelear si tuviera los ojos vendados. Sé que es un tipo de cobardía bastante raro, la verdad, pero aun así es cobardía. No crean que me engaño.


"El guardián entre el centeno",
de Jerome David Salinger.