jueves, 17 de octubre de 2013

Verso

Otro maldito 17 de octubre, como aquél en el que hace un año, absorto en la rutina, salía de trabajar y cogía mi móvil pensando en los planes de aquél miércoles noche. 11 llamadas perdidas de no sé cuántas personas de círculos completamente diferentes, un mensaje de J-n., "llamame urgentemente"...¿¿Qué cojones...?? Pulsar el botón de llamada de forma completamente instintiva, un solo pensamiento en forma de pregunta... ¿Quién?... Oír la voz al otro lado, como esperando oír un nombre y nada más ... ¿¿¿Quién???...Verso. Esta mañana... "Vale, ya está..." ... "No no no no no, joder...." ... ¿Y ahora qué? ¿Y por qué cojones solo siento un vacío de lo más insulso, sin color, sin emoción...? Estas cosas a veces tardan en asimilarse, dicen que es normal, pero joder... mi amigo Verso, qué tipo más genial joder, cuánto tiempo hacía que no le veía... La noche me engullía, no en rabia ni en ninguna emoción calificable. Más bien en un vacío desagradable de esos que te obligan a darle algún tipo de color con algún propósito cualquiera, un homenaje, una muestra de complicidad, una despedida personal, yo que sé, ya me conoces... Cogí mi mp3 y salí a dar una vuelta. Un poco de música, un poco de ese humo a tu honor, ¿qué más podría ofrecerte...?
Al día siguiente el tanatorio abarrotado, amigos a los que veía cuando estaba contigo, amigos a los que conocía gracias a ti... Ver llegar a M-n, su cara y sus andares que antaño llevaban tu figura a su lado, y directamente derrumbarme como si me hubieran robado toda razón de ser, aquél abrazo con un susurro -o con una súplica- de complicidad, pero también con berridos de impotencia... El vacío en los ojos de tus padres y hermanos, ya no tan pequeños como en aquellos años. Aquellos buenos años... Creo que somos símbolo de una buena etapa de nuestras vidas. Mierda mierda mierda... Un año y una estúpida fecha me hace recordar la inocencia personificada en tu cara con cada sonrisa tuya vista y vivida... Como tantos otros días, como cada vez que paso por la puerta de tu casa. Te juro que no puedo ver tus fotos sin que un tremendo bajón golpee y destroce las paredes de mi estómago en forma de impotencia y frustración por tu marcha, a día de hoy tan inexplicable y desconcertante. Me cago en el mismísimo satanás cada vez que voy por la calle y veo a alguien que se te parece, y me pregunto si no será posible que simplemente te hayas ausentado un tiempo, que ya algún día nos lo explicarás todo... Estoy en deuda contigo tío, esto no puede haber quedado así... A veces desearía poder hacer como en su día hiciera un barbero de un rey en un mito, como si ahogar un grito bajo tierra fuera suficiente para aliviar esta sensación... Y sin embargo lo único que puedo hacer de momento es balbucear estas palabras en un estúpido intento de expresar algo, de que veas que has dejado algo muy grande entre nosotros, que de algún modo sigues aquí, porque, una vez más, ya me conoces... Espero que no te importe.

PD: Espero pronto acabar lo que en su día empecé contigo. No sé si seré capaz, la he liado un poco... Tus libros en mi estantería me recuerdan con una sonrisa cómo empezó todo.



miércoles, 16 de octubre de 2013

Ahora


Ahora que 'ponnos otra y qué se debe'. Ahora que el mundo está recién pintado. 
Ahora, que las tormentas son tan breves, y los duelos no se atreven a dolernos demasiado.




martes, 1 de octubre de 2013

No pedía mucho, sólo la normalidad que siempre había merecido

Miró por la ventana. Estaba nublado, pero el sol no tardaría en salir. En esa época del año siempre era así. 

Bajó al garaje en calzoncillos. De la estantería más alta  cogió la caja de herramientas – su peso le produjo un instantáneo alivio– , sacó un destornillador, una llave del 9 y otra del 12 y empezó a desmontar la bicicleta, pieza a pieza, metódicamente.

Lo primero que hizo fue engrasar los engranajes,  luego limpió el cuadro con un trapo empapado en alcohol. Con la uña rascó los pegotes de barro. Limpió también los entresijos de los pedales, las ranuras  en que no cabían los dedos. Volvió a montar las diversas piezas, comprobó los frenos y los reguló de modo que quedaran perfectamente equilibrados. Infló las dos ruedas, tentando la presión con la palma de la mano.

Retrocedió un paso, se limpió las manos en los muslos y contempló su trabajo con una molesta sensación de desapego. De una patada volcó la bici, que se dobló sobre sí misma como un animal. Un pedal quedó girando en el aire y Fabio escuchó su rumor hipnótico hasta que de nuevo se hizo el silencio.

Salía del garaje pero se dio media vuelta. Levantó la bici, la puso en su sitio y, sin poder evitarlo, comprobó que no se hubiera roto. Se preguntó por qué no era capaz de ponerlo todo patas arriba, dar rienda suelta a la rabia que sentía, maldecir, romper objetos; por qué prefería que todo pareciese en orden aunque no lo estuviera. 


De "La soledad de los números primos", de Paolo Giordano.